Qué es la masonería – JA Ferrer Benimelli
¿QUE ES LA MASONERÍA?
Por José Antonio Ferrer Benimeli, sacerdote miembro de la Compañía de Jesús.
Profesor titular de Historia Contemporánea de la Universidad de Zaragoza
La Masonería es un fenómeno histórico que está presente constantemente a lo largo de estos tres últimos siglos. Y sin embargo pocos temas, incluso hoy día, se manifiestan tan polémicos y controvertidos. El famoso contubernio judeo-masónico-comunista llegó a hacerse familiar, si bien muy pocos sabían de hecho lo que significaba o intentaba camuflar. La masonería se había convertido en un recurso fácil sobre el que echar la culpa de todo lo malo, tanto en el terreno político, como en el religioso, social, e incluso histórico.
Hoy día ya empiezan a ser numerosas las publicaciones que se ocupan con un criterio científico, histórico y objetivo de esta asociación más discreta que secreta, a pesar de que la Real Academia de la Lengua le haya definido, en 1979, como una Asociación secreta de personas que profesan principios de fraternidad mutua, usan emblemas y signos especiales y se agrupan en entidades llamadas logias. Definición que ha venido a sustituir la que, quizá excesivamente simplista, se recogía en el Diccionario de la misma Real Academia, donde la masonería se definía como una asociación secreta en que se usan varios símbolos tomados de la albañilería, como escuadras, niveles, etc.
Entre la historia y la leyenda.
Pero, ¿Es en realidad una asociación secreta? ¿Su fraternidad es exclusiva? ¿Cuál es la ideología o el credo masónico? Y sobre todo, ¿Cuál su verdadero impacto en nuestra historia? ¿Hasta dónde llega el mito, y dónde empieza la realidad?
Se habla poco de la masonería medieval operativa, constructora de catedrales, y se ha novelado demasiado la nueva masonería especulativa o filosófica, nacida en Londres, en 1717. Se insiste mucho en el anticlericalismo masónico, y a veces se olvida el antimasonismo clerical. Se ha insistido en la importancia de la masonería en el siglo XVIII español, cuando de hecho apenas existió al estar severamente prohibida y perseguida, desde 1738, por la Iglesia católica, a través del Tribunal de la Inquisición, y por los reyes de la época, en especial por Fernando Vl y su hermano Carlos lll cuya obsesión antimasónica tan sólo se puede comparar a la que en el siglo XIX tuvo Fernando Vll, o en el siglo XX el general Franco. Se habla del influjo masónico-liberal en la elaboración de la Constitución de 1812, y se silencia que las cortes de Cádiz, por medio del Consejo de Regencia, prohibieron la masonería en 1812.
Se repite hasta la saciedad la vinculación masónica de los próceres de la independencia de la América española, en especial la de Bolívar, olvidando que, en 1828, el mismo Bolívar prohibió la masonería en Bogotá. Se confunden logias masónicas con logias patrióticas, o si se prefiere se identifican las sociedades patrióticas con las sociedades secretas, y a éstas, sin más, con la masonería. Se dan listas interminables de ilustres políticos, militares, intelectuales y artistas masones que nada tuvieron que ver con la masonería, como Floridablanca, el conde de Aranda, Jovellanos, Urquijo, Daoiz y Velarde, Palafox, Espoz y Mina, Castaños, Porlier, Torrijos, el Empecinado, Mendizábal… y tantos otros y sin embargo se silencian otros personajes ilustres que sí fueron masones como Santiago Ramón y Cajal, Tomás Bretón de los Herreros, Juan Gris, Arturo Soria, Juan de la Cierva, etc. También se insiste en la importancia de la masonería en la preparación de la revolución de 1868 y en el advenimiento tanto de la primera, como de la segunda República, cuando lo correcto sería preguntarse si más bien no fue la masonería la que se benefició de esas situaciones políticas que implantaron una libertad antes inexistente. Se identifica la masonería con el comunismo, cuando hoy día en los únicos lugares donde está prohibida la masonería –junto al Irán del Ayatolá Jomeini– son los países comunistas, según decisión adoptada ya en 1921 en el tercer Congreso de la Tercera Internacional.
Sin embargo la masonería, o si se prefiere el ideal masónico, sí tuvo algo que ver con la difusión de ciertas ideologías más o menos conexas con el mundo de la educación, como la escuela moderna de Ferrer y Guardia, con la Institución Libre de Enseñanza, con la escuela única, con los librepensadores, con el laicismo de la enseñanza… ya que una de las máximas preocupaciones de la masonería ha sido siempre todo lo relacionado con la formación del hombre en sus distintas etapas de la vida.
Nos movemos, pues, en un terreno histórico –polémico y resbaladizo–, en muchos casos por hacer, donde los datos y las contradicciones son frecuentes tanto en los apologistas de la masonería, como en sus detractores. La masonería que cuenta hoy en todo el mundo con más de siete millones de miembros, a la que han pertenecido y pertenecen grandes figuras del campo de la historia mundial, de la milicia, de la política, de la ciencia… sigue siendo en gran medida algo desconocido y misterioso –cuando no tenebroso– para el gran público. Frente a una asociación iniciática, filantrópico-cultural, conocida y respetada en no pocas naciones, como Inglaterra, EE.UU., Holanda, Alemania, Suecia, Austria, Brasil, etc., donde se conocen sus miembros y sus obras, en otros países más típicamente latinos, como el nuestro, la sola palabra masonería es casi sinónimo de mal o un insulto. Viene a ser una materialización de los poderes de las tinieblas, algo demoníaco e infernal. En el mejor de los casos se piensa en un arribismo sin escrúpulos y sin freno.
Algunas reflexiones previas
Sería interesante hacer un análisis del porqué y cómo se ha llegado a esta situación en España, pero nos llevaría muy lejos, ya que habría que realizar un análisis no solamente histórico, sino de sociología religioso-política. En cualquier caso tres parecen ser los factores o grupos ideológicos que han contribuido a ello: la Historia, la Política y la Iglesia; si bien los tres suelen ir, en muchas ocasiones, entrelazados, resultando difícil deslindar terrenos, y saber donde termina uno y empieza el otro.
Frente a los antiguos masones o albañiles de la Edad Media, constructores de catedrales de piedra en las que dar culto al Gran Arquitecto del Universo, la masonería contemporánea se presenta como una asociación defensora de la dignidad humana y de la solidaridad y fraternidad, siendo su objetivo el conseguir el perfeccionamiento moral y cultural de sus miembros mediante la construcción de un templo simbólico dedicado a la virtud.
La masonería actual utiliza un lenguaje y rituales simbólicos tomados de los gremios y logias de albañiles (masones) medievales, de los que han guardado sus emblemas y terminología dándoles un sentido ético espiritual. Así, por ejemplo, el triángulo equilátero, cuyos tres lados representan la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad que deben reinar entre los masones. Viene a ser, pues, una declaración abreviada de los derechos y deberes humanos fundamentales, y se coloca siempre, de modo que la Libertad y la Igualdad descansen sobre la Fraternidad.
Por su parte la escuadra y el compás significan respectivamente la rectitud con que debe marchar el masón por la vida, y la equidistancia que debe guardar respecto a todos los hombres. El masón debe colocarse siempre entre la escuadra y el compás, lo que equivale a decir que debe esforzarse en ser justo en sus apreciaciones y en su conducta, sin dejar nunca de ser fraterno con todo el mundo.
A modo de síntesis, que nos sirva de punto de partida, podríamos decir que la masonería no es un partido político, ni un sindicato, tampoco es una religión, ni una secta, y ni siquiera es en la actualidad una sociedad secreta, aunque, naturalmente, tenga sus secretos como cualquier otra institución. Por supuesto, tampoco tiene nada que ver con toda esa serie de leyendas con que –en algunos países como el nuestro– se le ha rodeado, y donde el solo nombre de masón evoca misas negras, profanación de hostias, asesinatos de niños, culto a Satanás, venganzas sangrientas… y todo un cúmulo de fábulas que en no pocos casos han llegado a cobrar consistencia y ser creídas sin más desde la más tierna infancia.
Orígenes de la Masonería.
Si nos atuviéramos a lo que ciertos escritores han dicho sobre el particular nos encontraríamos con más de cuarenta opiniones diversas. Desde los que hacen fundadores de la Masonería a Adán, Noé, Enoch, Moisés, Julio César, Alejandro Magno, Jesucristo, Zoroastro, Confucio, etc., etc., hasta los que atribuyen dicha paternidad a los jesuitas, Rosa-Cruces, templarios, judíos, etc., etc., pasando por los magos, maniqueos, albigenses, esenios, terapeutas, etc., etc.
Sin embargo la realidad, y en este caso la verdadera historia, es mucho más sencilla. Las sociedades del orden que sean, religiosas, políticas, profesionales, económicas o comerciales, observaban antaño un ritual durante sus reuniones; tenían símbolos, programas y palabras de orden o contraseñas. En la Antigüedad y en la Edad Media, normalmente lo que se aprendía se tenía escondido. Así se comprende por qué era tan difícil, si no imposible, el pasar de una clase a otra, o incluso el cambiar de oficio. Estas asociaciones o sociedades correspondían a grupos o categorías sociales, y unos y otros, por interés o por miedo, solían guardar celosamente sus secretos. Asociaciones semejantes se formaron en todos los cuerpos de oficios. Y asociaciones de este tipo han existido siempre, y siguen existiendo en nuestros días, con gran variedad de colores, matices e ideologías, tanto políticas como religiosas.
Pero pocos gremios del medioevo han tenido tanto influjo y repercusión en la historia posterior como el de los constructores, hoy día señalado de forma inequívoca como originario de aquella masonería operativa, que posteriormente, a comienzos del siglo XVIII, daría paso a la actual masonería especulativa, tan distante en sus fines, pero tan igual en sus ritos y ceremonias de iniciación, en su nomenclatura y organización.
El gremio de los albañiles era uno de los mejor organizados y más exclusivos de la Edad Media. Alcanzar el puesto de maestro albañil equivalía a convertirse en una de las figuras más importantes del país. En Europa existió, con varias formas, una organización sumamente desarrollada de este oficio.
La logia era un obrador y un refugio, y en ocasiones podía incluso ser un edificio permanente. De ordinario era una casa de madera o piedra donde los obreros trabajaban al abrigo de la intemperie, pudiendo contener de doce a veinte canteros. En realidad, desde el punto de vista laboral, era una oficina de trabajo provista de mesas o tableros de dibujo, en la que había un suelo de yeso para trazar los detalles de la obra. Desde el punto de vista administrativo, la logia era también un tribunal, en el que el grupo de hombres que en ella se reunía, estaba bajo la autoridad del maestro albañil, quien mantenía la disciplina y aplicaba las normas del oficio de la construcción.
La construcción de grandes edificios públicos establecía vínculos de estrecha relación entre los artistas y los operarios durante el largo lapso de tiempo en que habían de convivir. Y así surgía una comunidad de aspiraciones estables y un orden necesario por medio de una subordinación completa e indiscutible. La cofradía de los canteros estaba formada por aquellos operarios hábiles que abarcaban por una parte los obreros encargados de pulimentar los bloques cúbicos, y por otra los artistas que los tallaban, y los maestros que eran los que dibujaban los planos.
Allí donde se acometían obras de alguna importancia se construyeron logias, y a su alrededor habitaciones convertidas en colonias o conventos, ya que los trabajos de edificación duraban varios años. La vida de estos trabajadores estaba reglamentada por estatutos, cuyo fin principal era lograr una concordia completamente fraternal, porque para realizar una gran obra era indispensable que convergiera la acción de las fuerzas unidas.
Como todos los gremios medievales, también los albañiles tenían sus Patronos protectores, que eran honrados con solemnes fiestas. Estos eran los dos San Juan, el Bautista y el Evangelista, más conocidos con el nombre de San Juan de verano y San Juan de invierno, y en especial los Cuatro Santos Coronados, quienes figuran en lugar destacado en los correspondientes Estatutos de los Picapedreros de la época.
No cabe duda que los albañiles medievales disfrutaban de una situación social relativamente elevada, y tendieron hacia la creación de una profesión arquitectónica cuyos miembros eran considerados como individuos que ejercían un arte liberal, más bien que un oficio básico. Su encumbrada posición se percibe también en la iconografía medieval de Dios Padre, como Creador, dibujando el universo con un compás. El concepto de Gran Arquitecto del Universo se remonta, por lo tanto, mucho más allá de la moderna expresión de la idea.
Con cierta frecuencia se reproduce en las Bíblias ilustradas y en cuadros posteriores en los que la nota dominante es el gran compás con el cual Dios traza el límite del Universo. Compás, que es un instrumento típicamente medieval, y no –como podría creerse a primera vista– demasiado grande. Con él el maestro albañil podía trasladar el diseño de un croquis previo más pequeño al tamaño real, en un suelo cubierto de yeso.
En Inglaterra, en 1350, aparece por vez primera la denominación de Francmasón o de free-stone-mason, es decir, del albañil libre que trabaja la piedra de adorno, para distinguirlo del rough-mason, trabajador tosco, comúnmente aplicado a los canteros ingleses. Se encuentra en un Acta del Parlamento, correspondiente al año veinticinco del reinado de Eduardo lll. Posteriormente, por abreviación, se llegará a la expresión hoy día conocida de freemason.
Iniciación masónica
Tanto los picapedreros alemanes como los obreros libres ingleses, al reunirse en logias, formaban verdaderos gremios (gildes) de los oficios, que eran a la vez entidades reconocidas oficialmente con derechos políticos, y cofradías o corporaciones libres que poseían la doctrina secreta del arte. Fallou y Heideloff describen y comentan los usos de los masones, canteros y carpinteros de Alemania, en lo relativo a la recepción o ingreso en la entidad, el derecho de la logia, los exámenes y el ejercicio de hospitalidad, usos y costumbres que se han perpetuado con gran fidelidad hasta nuestros días en los ritos de iniciación masónica.
Terminado el período de aprendizaje, el neófito solicitaba el ingreso, al igual que en las gildes, previa presentación de la prueba de honradez y legitimidad de su nacimiento. Considerábase deshonroso el ejercicio de determinadas profesiones, que impedían que el solicitante fuera admitido, extendiéndose la prohibición a sus hijos. El neófito recibía un signo [los célebres signos lapidarios de los edificios románicos y góticos] que debía reproducir en todas sus obras y era su marca de honor.
El hermano que le había propuesto se encargaba especialmente de su dirección. En un día determinado se presenta el aspirante en el lugar en que se reunía el cuerpo del oficio, una vez dispuesto por parte del maestro de la logia el salón destinado a tal objeto. Por considerarse ese lugar consagrado a la paz y concordia, efectuaban los cofrades su ingreso desposeídos de las armas. Acto seguido, el maestro declaraba abierta la sesión.
El compañero encargado de la preparación del neófito, siguiendo una costumbre pagana, le obligaba a adoptar el aspecto de un mendigo. Despojábasele de las armas y de los objetos metálicos; se le desnudaba el pecho y pie izquierdo, y con una venda en los ojos se le conducía a la puerta que daba acceso al salón, la cual se abría después de haber llamado en ella dando tres fuertes golpes. El segundo presidente guiaba al recipiendario hacia el maestro, y éste le hacía arrodillarse mientras se elevaba una plegaria al Altísimo. Luego el candidato daba tres vueltas alrededor del salón, y situándose ante la puerta ponía los pies en ángulo recto, y daba tres pasos hasta llegar al sitio que ocupaba el maestro, quien tenía una mesa delante, y encima de ella se hallaba colocado el libro de los Evangelios abierto, y además la escuadra y el compás. El candidato extendía la mano derecha jurando fidelidad a las leyes de la cofradía, aceptar todas las obligaciones y guardar el más absoluto secreto acerca de lo que sabía y de lo que aprendiera en lo sucesivo.
Terminadas las ceremonias del juramento, se quitaba el neófito la venda, mostrándole la triple gran luz. Se entregaba un mandil nuevo, se le daba a conocer la palabra de paso, designándole el sitio que había de ocupar, y finalmente el saludo y el toque que posteriormente usaban los aprendices francmasones.
Nacimiento de la Masonería moderna.
El paso de la masonería medieval de los constructores de catedrales (masonería operativa) cuyos miembros se obligaban a ser buenos cristianos, a frecuentar la iglesia y a promover el amor de Dios y del prójimo, a la masonería moderna (masonería especulativa) puede seguirse a través de una serie de documentos que permiten apreciar la transición. Estos se encuentran, sobre todo, en la famosa Gran Logia de Edimburgo, que tenía sus reuniones en la St. Mary Chapel. Precisamente la St. Mary Chapel Lodge de Edimburgo ha conservado sus archivos completos desde 1599. Estos archivos nos permiten constatar que poco a poco, a lo largo del siglo XVII aparecen en los procesos verbales, al lado de los verdaderos operarios que trabajaban la piedra, otros personajes de los que consta ejercían una profesión totalmente diferente: abogados, mercaderes, cirujanos, etc.
En aquella época asistían a las reuniones masónicas los aficionados al arte de la construcción, a título de «accepted masons» o miembros honorarios, más conocidos con el nombre de masones aceptados. Solía tratarse de aquellos personajes de la alta sociedad que patrocinaban a los gremios, y les prestaban ayuda. Por regla general estos salían de los que financiaban las catedrales o monasterios. En el siglo XVI las construcciones de este tipo de edificios llegaba a su término, y los masones se dedicaron más bien a la construcción de edificios profanos.
Por otra parte la aparición de las Academias de Arquitectura –en especial en Italia– quitó razón de ser al sistema gremial de aprendizaje de la construcción, con todo lo que esto llevaba de ritual transmisión de los secretos del oficio. Al cesar, pues, la edificación de las grandes catedrales, las hermandades y logias masónicas fueron paulatinamente quedando en manos de los miembros adoptivos, o de los francmasones adoptados, es decir, que con el tiempo los especulativos se impusieron a los operativos. De ahí que aquella organización profesional de los constructores de catedrales derivara hacia esa otra masonería, no ya operativa, sino especulativa, que tomó cuerpo a partir de 1717, y en especial con las Constituciones de Anderson en 1723.
El período de transición abarca fundamentalmente de 1660 a 1716, época de trastornos civiles, y que había concentrado en Inglaterra a la mayor parte de los masones operativos europeos a fin de reconstruir la ciudad de Londres prácticamente destruida a raíz del incendio de 1666. El proceso se cierra en 1717, fecha que señala convencionalmente el nacimiento de la francmasonería moderna, cuando cuatro logias de Londres, cuyos miembros eran exclusivamente especulativos o adoptados, fundaron la Gran Logia de Inglaterra, y esbozaron una Constitución a base de las ceremonias y reglas tradicionales de las antiguas logias operativas.
A partir de entonces se verificó un cambio en la orientación de la hermandad masónica, pues, aunque se conservó escrupulosamente el espíritu de la antigua cofradía, con sus principios y usos tradicionales, se abandonó el arte de la construcción a los trabajadores de oficio, si bien se mantuvieron los términos técnicos y los signos usuales que simbolizaban la arquitectura de los templos, aunque a tales expresiones se les dio un sentido simbólico. A partir de aquel período, la masonería se transformó en una institución, cuya característica era la consecución de una finalidad ética, susceptible de propagarse por todos los pueblos civilizados.
Desde un punto de vista jurídico, fue la victoria del derecho escrito sobre la costumbre, naciendo un nuevo concepto: el de obediencia o federación de logias. En adelante es aquí donde residirá la soberanía, ya que únicamente la Gran Logia de Inglaterra tendrá autoridad para crear nuevas logias, con lo que, de hecho, surge una legitimidad masónica llamada masonería regular.
Las Constituciones de Anderson.
La redacción de las Constituciones que en adelante iban a ser la pauta a seguir por la Orden del Gran Arquitecto del Universo corrió a cargo de dos pastores protestantes: John Th. Désaguliers y James Anderson. El nombre de este último es el que figura en el frontispicio de las Constituciones, por lo que en adelante serán conocidas con el nombre de las Constituciones de Anderson. La primera edición apareció en 1723.
De una forma simbólica se hace constar en ellas que a partir de entonces ya no será la catedral un templo de piedra a construir, sino que el edificio que habrá de levantarse en honor y gloria del Gran Arquitecto del Universo será la catedral del Universo, es decir, la misma Humanidad. El trabajo sobre la piedra bruta destinada a convertirse en cúbica, es decir, apta a las exigencias constructivas, será el hombre, quien habrá de irse puliendo en contacto con sus semejantes a través de una enseñanza en gran parte simbólica. Cada útil o herramienta de los picapedreros recibirá un sentido simbólico: la escuadra, para regular las acciones; el compás, para mantenerse en los límites con todos los hombres, especialmente con los hermanos masones. El delantal, símbolo del trabajo, que con su blancura indica el candor de las costumbres y la igualdad; los guantes blancos que recuerdan al francmasón que no debe jamás mancharse las manos con la iniquidad; finalmente la Biblia, para regular o gobernar la fe.
La Masonería se convertía, pues, en el lugar de encuentro de hombres de cierta cultura, con inquietudes intelectuales, interesados por el humanismo como fraternidad, por encima de las separaciones y de las oposiciones sectarias, que tantos sufrimientos habían acarreado a Europa la Reforma, por una parte, y la Contrarreforma, por otra. Les animaba el deseo de encontrarse en una atmósfera de tolerancia y fraternidad. El artículo fundamental de las Constituciones de 1723 lo subraya claramente al exigir a todo masón la creencia en Dios como medio de conciliar una verdadera amistad entre sus miembros.
Otro artículo precisa que ningún ataque o disputa serán permitidos en el interior de la logia, y mucho menos las polémicas relativas a la religión o a la situación política. (Al Índice.)
Escuela de formación humana.
La Masonería se puede considerar, pues, desde su nacimiento, como una escuela de formación humana, en la que, abandonadas completamente las enseñanzas técnicas de la construcción, se transformaba en una asociación cosmopolita que acogía en su seno a hombres diferentes por la lengua, la cultura, la religión, la raza, e incluso por sus convicciones políticas, pero que coincidían en el deseo común de perfeccionarse por medio de una simbología de naturaleza mística o racional, y de la ayuda a los demás a través de la filantropía y la educación.
Las Constituciones de Anderson pretenden comprometer al francmasón a la construcción de un templo de amor o fraternidad universal basado en la sabiduría, la fuerza y la belleza, que constituyen los tres pilares o las tres luces de dicha organización. Sus adeptos se consideran hermanos, practican una democracia interna que lleva consigo la rotación de cargos, mantienen un cierto secreto en cuanto a las personas, y adoptan una particular simbología que llega a constituir un auténtico lenguaje dirigido no sólo al entendimiento, sino también al sentimiento y a la fantasía, comprometiéndose a practicar la tolerancia, a luchar contra el fanatismo religioso y contra la ignorancia. Y debido a las condiciones ambientales y culturales, desempeñaron una notable actividad en el terreno filantrópico y educativo.
El fin de la Masonería, a la luz de sus Constituciones, consiste en la construcción de un templo de amor o fraternidad universal basado en la sabiduría, en la fuerza, en la belleza, en la práctica de la tolerancia religiosa, moral y política, en la lucha contra todo tipo de fanatismo y en el ejercicio de la libertad.
Por lo tanto el francmasón de la llustración estará marcado por una doble finalidad: el perfeccionamiento del hombre, y la construcción de la Humanidad. Doble objetivo que está íntimamente ligado, pues, al desarrollarse el individuo, se desarrolla la Humanidad a través de un mutuo perfeccionamiento y de una continua interacción educativa. Tarea intelectual y civilizadora al mismo tiempo, realizada a través de la filantropía o de la moral pura, de la discreción y del gusto por las artes y el humanismo.
Divisiones y desviaciones.
Pero si del siglo XVIII pasamos a épocas más recientes observamos que la Masonería de obediencia inglesa mantuvo una estructura fiel a sus Constituciones. Sin embargo, algunos sectores de la francesa y de la alemana, en especial, derivaron a ciertos grupos más o menos heterodoxos que facilitaron la aparición de aventureros, como el famoso Cagliostro y su masonería egipciaca, de políticos como Weishaup, o de místicos como Maistre, Martínez de Pasqually, Sain-Martin, Willermoz, etc. En no pocos casos llevaron consigo la proliferación de obediencias, y la introducción de grados, con la consiguiente multiplicidad de ritos y ceremonias de iniciación.
Al sentimentalismo y la filantropía se iba a unir un gusto por lo misterioso, una mística de la Razón, que produciría toda esa serie de grados iniciáticos con nombres tan extraños como caballeros de Oriente, caballeros de la espada, caballeros Kadosch, caballeros del Temple, etc., etc., que dotaron a cierta Masonería de la Europa continental de un aire menos sólido y respetable del que mantuvo en el mundo anglosajón, y que explican el mito que a su alrededor se formaría, sobre todo, debido a la confusión surgida al proliferar las sociedades secretas, y al identificarse erróneamente a los masones con los iluminados bávaros, los jacobinos, carbonarios y otros por el estilo.
Hoy día resulta cada vez más anacrónico el hablar de masonería en un sentido unívoco, ya que existen muchas masonerías independientes unas de otras, y dentro de estas mismas se da una variedad extraordinaria de ritos. No obstante, entre los tratadistas de la masonería, ha habido una tendencia –no siempre bien aceptada o compartida– a establecer división entre una masonería anglosajona y otra latina.
La primera es calificada también de regular en el sentido de que es aquella que puede válidamente reivindicar este derecho de una Orden concebida en un momento de la Historia, fundándose en la fidelidad a los principios y a las reglas dictadas por los fundadores. Es decir, se trataría de una masonería que, entre otras cosas, sólo admite como miembros a varones que creen en Dios y en la inmortalidad del alma y de los que recibe fidelidad a los compromisos sobre el Libro Sagrado de una religión.
La masonería latina, es decir, la de los países latinos, a lo largo del siglo XIX, debido a las incidencias político-religiosas que afectaron a estos países, experimentó algunas variaciones ideológico-prácticas, que se manifestaron en un fuerte laicismo y anticlericalismo, que en algunos derivó hacia un sentimiento antirreligioso o hacia un profundo agnosticismo. En algunas obediencias se llegó a la supresión de la antigua invocación masónica A la gloria del Gran Arquitecto del Universo borrando de sus estatutos la obligación, hasta entonces exigida para ser un verdadero masón, de la creencia en Dios, en la inmortalidad del alma, y el tomar el juramento sobre la Biblia, considerada como expresión de la palabra y de la voluntad de Dios.
Esta declaración ocasionó en algunos medios masónicos una manifestación de rechazo, sobre todo en Inglaterra y en EE.UU. Las obediencias de estos y otros países rompieron todas las relaciones con las obediencias masónicas que a su vez habían roto la tradición masónica. En adelante fueron consideradas irregulares.
Existen, pues, varias Masonerías en el mundo totalmente independientes, pero, sin embargo, con distintos matices, el espíritu masónico es único.
Las Obediencias tienen distintas inspiraciones. Algunas, hemos visto, bajo la influencia de la Gran Logia de Inglaterra son teístas. Sólo admiten en su seno a los que [cristianos, musulmanes, judíos, hindúes…] reconocen un Dios como principio creador –el Gran Arquitecto del Universo– y una fe en la verdad revelada, tal como se encuentra en la Biblia y otros libros sagrados, como el Corán, los Vedas, etc.
Otras Obediencias –en especial algunas de las llamadas masonerías latinas– son de inspiración racionalista o liberal [como algunos prefieren hoy calificarlas] y rechazan, como el Gran Oriente de Francia, la referencia al Gran Arquitecto del Universo y profesan un estricto laicismo, suprimiendo de sus rituales incluso la Biblia.
Entre ambos extremos hay posiciones intermedias, que, sin exigir la creencia en el G.A.D.U., sin embargo, lo admiten como un símbolo indeterminado, un poder tutelar y desconocido. La Biblia tampoco tiene el carácter de libro revelado, sino el de un libro sagrado entre los demás, que atestigua la sabiduría del hombre. Respetan la tradición sin tratar de saber lo que en realidad significa, lo que en ella se esconde.
Esta diversidad de Obediencias no impide, sin embargo, que el espíritu masónico tenga una profunda unidad. Todos los masones del mundo buscan la verdad, y exigen tolerancia, libertad y fraternidad, dentro de un marco de igualdad.
El masón en cualquier caso puede vivir en la logia la experiencia reconfortante de la solidaridad y del saberse escuchar mutuamente, y experimenta la importancia del ritual. Que el acento propiamente litúrgico, a veces esotérico, sea más marcado en unas obediencias, o que sea mitigado por un aspecto más simplemente cultural o social en otras, el hecho es que la Masonería no abandona sus signos, siglas, ritos y símbolos. A través de esta solidaridad, estos intercambios, estos rituales, un hombre nuevo nace o, tomando la terminología masónica, la piedra bruta accede a la dignidad de piedra tallada.
Para comprender de qué hombre se trata aquí es preciso evocar la visión del mundo que cada obediencia tiene. Según las diversas interpretaciones, ya apuntadas, es lógicamente natural que se formarán hombres bien diferentes. En cualquier caso siempre será requerido el esfuerzo moral, si bien en un sentido de perfeccionamiento de todas las virtudes del humanismo laico, en unos casos, y en un sentido de iniciación espiritual en otros.
Hacia un intento de definición.
Por esta razón se puede afirmar que, a pesar de la variedad de Obediencias y matices, todas las Masonerías son coincidentes en la definición recogida en el Diccionario Enciclopédico de la Masonería. Dice así: La Masonería es una Asociación universal, filantrópica, filosófica y progresiva; procura inculcar en sus adeptos el amor a la verdad, el estudio de la moral universal, de las ciencias y de las artes, desarrollar en el corazón humano los sentimientos de abnegación y caridad, la tolerancia religiosa, los deberes de la familia; tiende a extinguir los odios de raza, los antagonismos de nacionalidad, de opiniones, de creencias y de intereses, uniendo a todos los hombres por los lazos de la solidaridad, y confundiéndoles en un tierno afecto de mutua correspondencia. Procura, en fin, mejorar la condición social del hombre, por todos los medios lícitos, y especialmente por la instrucción, el trabajo y la beneficencia. Tiene por divisa Libertad, Igualdad, Fraternidad.
Por lo que respecta a la Masonería española, dentro de la multiplicidad de obediencias que ha caracterizado su historia a lo largo de los siglos XIX y XX, se puede decir que su autodefinición apenas sufre cambios substanciales. Tres fechas de referencia pueden servir de ejemplo: 1890, 1937 y 1977.
El Grande Oriente Nacional de España en su Constitución de 1890, publicada en 1893, se autodefine diciendo que la Francmasonería no es una religión positiva, ni una escuela filosófica, ni un partido político. Rechaza todo exclusivismo, y su doctrina y sus principios son universales, puesto que en lo fundamental conviene con los dogmas, principios y doctrinal de todas las religiones, de todas las escuelas, de todos los partidos. Reconoce y proclama la armonía de los mundos, creada y sostenida por el Gran Arquitecto del Universo. El Gran Arquitecto es causa eterna, ley primordial y Suprema razón del Universo. Es eterno, y eternamente trabaja. Respecto a la finalidad de la Masonería se lee en dicha Constitución que consiste en promover la civilización, ejerce la beneficencia y tiende a purificar el corazón, mejorando las costumbres y combatiendo el vicio; mantiene el honor en los sentimientos y disipa la ignorancia y el error, propagando la ilustración en todas las clases sociales.
Por su parte el Grande Oriente Español, en su Constitución del año 1934, declara que la Francmasonería es un movimiento del espíritu, dentro del cual tienen cabida todas las tendencias y convicciones favorables al mejoramiento moral y material del género humano. La Francmasonería no se hace órgano de ninguna tendencia política o social determinada. Su misión es la de estudiar desinteresadamente todos los problemas que conciernen a la vida de la humanidad para hacer su vida más fraternal. La Francmasonería declara reconocer, por base de su trabajo, un principio superior e ideal, el cual es generalmente conocido por la denominación de Gran Arquitecto del Universo. No recomienda ni combate ninguna convicción religiosa, y añade que ni puede, ni debe, ni quiere poner límites, con afirmaciones dogmáticas sobre la Causa Suprema a las posibilidades de libre investigación de la verdad.
Finalmente, una definición que data de junio de 1977, debida al entonces Soberano Gran Comendador del Grado 33 para España, don Juan Pablo García Álvarez, dice así: La Masonería no es un partido político, no es un sindicato, no es ni siquiera un grupo de presión. No intenta, ni lo desea, tomar el poder político, porque la masonería no pretende reformar la sociedad, ya que el único fin que persigue es perfeccionar al hombre, individualmente considerado. La enseñanza de la masonería es de carácter moral y filantrópico, despierta el espírítu crítico de los individuos, así como el odio a las tiranías. Así se explica que las tiranías, ya sean de tipo fascista o comunista siempre persiguen a la masonería. Y más adelante dirá que la masonería se apoya en un fuerte sentimiento religioso, pues no podemos admitir a nadie que no declare creer en Dios, y para que ese Dios cubra todas las religiones –pues la masonería es universal– le llamamos «Gran Hacedor del Universo». Nuestras reuniones no son válidas si no invocamos al principio y al final de las sesiones al Gran Arquitecto del Universo, es decir, a Dios, y si no está sobre el ara de nuestros templos el libro de cada religión; en nuestro caso la Biblia. Por tanto, rechazamos totalmente el ateísmo.
Frente a estas definiciones que nos presentan una Masonería muy distinta de la que, tal vez, hasta ahora nos imaginábamos, hay que recordar, como reflexión final, y para evitar ciertas susceptibilidades, que la Masonería, como cualquier otra institución por muy sagrada que ésta sea, por muy altos ideales que se proponga, por muy maravillosos que sean sus fines, al estar constituida por seres humanos, no es de extrañar que adolezca por fuerza de serios defectos y contradicciones, de arribismos insolidarios y de falsos y enfermizos protagonismos, que por otra parte no empañan –o no deben empañar– la esencia misma de la institución.
Pues por encima de casos concretos, de momentos históricos pasados o presentes, de características nacionales o locales más o menos heterodoxos, la Masonería, en cuanto organización de ámbito universal doblemente secular, no es, ni ha sido, ese mito maniqueo donde los unos sólo han visto y siguen viendo maldad, intriga y contubernio, y los otros a la preclara responsable de todo lo bueno –progresivamente hablando– que ha sucedido durante los tres últimos siglos.
La Masonería real –y en concreto la española–, la que fue y actuó en el pasado, con sus claroscuros, con sus aciertos y errores, con su leyenda rosa o negra, con su anticlericalismo a ultranza y su fervoroso patriotismo, con su antidogmatismo en muchos casos dogmáticos, con sus enemigos de ayer y de hoy, pertenece en gran medida al campo de la Historia, de una historia que en parte todavía está por hacer y descubrir, aunque hoy día ya la empezamos a conocer mejor, y que confiamos que en un futuro no muy lejano despejará algunas de las muchas incógnitas e ideas fijas que todavía rodean a la que unos califican despectivamente de secta y otros prefieren llamar la Orden del Gran Arquitecto del Universo.